Se tiene como punto de partida aproximaciones artísticas y estéticas que se sitúan como provocaciones o detonantes para que los participantes agencien (sean capaces) de construir sus propias rutas para solucionar problemas colectivos que les parezcan importantes, o para poner en cuestión alguna situación que los movilice a indagar, buscar recursos, información y por tanto recuperar/activar el deseo de conocer de otras maneras.

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En este espacio todos somos parte del proceso y los roles estudiante-profesor se traslapan, se ponen en cuestión. Se asume por tanto como un espacio para la co-creación y agencia (Sommer, 2005) en el que cada cual pone en juego un saber-hacer específico desde las artes, un deseo de aprender y un lugar de no saber (Atkinson, 2012). Éste último no como limitante sino como reconocimiento y potencia para el encuentro con el otro y para el redescubrimiento de sí. En ese sentido asumirse como cocreador implica asumir pequeños desafíos creativos frente a condiciones establecidas que posibilitan la transformación de los entornos por los que transitamos.

Estos tres elementos atraviesan los distintos momentos propuestos en los que se espera provocar discusiones y acciones en torno a los saberes de los otros para que el extrañamiento (aprendizaje) acontezca.

En consonancia con lo anterior, el artista también es un mediador entre realidades que pone a disposición su potencia creadora (Laignelet, 2011) en la que con gestos, acciones y conversaciones propone fijar la mirada en ciertos aspectos de la realidad y los activa poéticamente en el encuentro con el otro. Desde este postulado se asume el carácter pedagógico de la propuesta.